martes, 12 de julio de 2011

Nos alcanza el destino

Rubén Monasterios
10 Julio, 2011

Una cantidad de 7 billones de personas es difícil de imaginar; casi nadie ha visto jamás un billón de nada, y la mayoría de los venezolanos ni siquiera sabíamos qué era un millón de bolívares, hasta que la desastrosa administración chavista redujo nuestra economía al extremo grotesco de que “un bolívar no vale nada”, en razón de lo cual por cualquier fusilería debamos pagar varios millones de la devaluada moneda.

No obstante lo inconcebible de esa magnitud, el hecho es que por estos días la población del mundo estará llegando a ese nivel, y de acuerdo a la División de Población de las Naciones Unidas, seguirá aumentando en las siguientes décadas hasta alcanzar unos 9 billones hacia 2045; la mayoría de esa gente en los países pobres.

Si tal gentío es desconcertante, todavía más asombroso es saber la relativamente pequeña cantidad de espacio necesario para reunir 7 billones de personas.

De pretender hacer una fiesta invitando a toda la gente del mundo, necesitaríamos más o menos 1 m² para cada una de ellas; quizá deseen bailar, de modo que deberíamos disponer de unos 4 m² por pareja. Eso significa unos 2.400 km² de espacio, que es el territorio de un país pequeño. Y si quisiéramos guardar un recuerdo de ese encuentro mediante una fotografía de la concurrencia íntegra puesta “hombro con hombro”, necesitaríamos unos 800 km² ; nada muy grande: es el doble de la extensión de Caracas; una manchita minúscula en el mapa del planeta.

El pionero en la preocupación por la población del planeta, fue el sabio holandés Antonio van Leeuwenhoek (1652-1723), mercader de telas de oficio y científico de vocación, el inventor del microscopio. No tiene nada de raro que un hombre con intereses científicos reflexionara sobre la superpoblación; lo insólito es la forma cómo llegó a ese tema.

Valiéndose del instrumento de su invención, el Padre de la Microbiología había descubierto los “animáculos”: seres infinitamente pequeños existentes por millones en una simple gota de cualquier líquido. La noche del 9 de julio de 1677 −hace exactamente 334 años−, encontrándose en su alcoba haciendo el amor con su mujer, le vino la inspiración de que si esos seres vivían en una gota de agua o de vino, también podrían estar presentes en el líquido seminal humano; de modo que estando a punto de culminar la tenida erótica practicó el coito interrumpto y, sin atender los gritos de ira e imprecaciones de su frustrada esposa, salió vuelto loco por ahí hasta llegar a la mesa de trabajo del laboratorio que había puesto en el cuarto de al lado… y quedó fascinado al observar mediante el microscopio, en su propia esperma, los espermatozoides agitando alegremente sus colitas nadando en una sustancia acuosa. Esa noche memorable por primera vez en la Historia alguien vio los verídicos responsables de la superpoblación humana.

Si existían miles de espermatozoides en una mínima gota del líquido seminal de un solo hombre −razonó el sabio− ¿cuántos habría en todos los hombres de la humanidad, y cuántos hijos podrían procrear? En fin, ¿cuánta gente hay en el mundo?

Leeuwenhoek hizo cuentas, y concluyó que en el planeta había unos l3.385 billones de seres humanos. De acuerdo a los historiadores de la ciencia, el suyo pudo haber sido el primer intento de dar una respuesta cuantitativa al problema que todavía hoy, y ahora quizá más que nunca, preocupa a la humanidad.

Desde luego, Leeuwenhoek erró su cálculo por una morena larga; en sus días si acaso habría medio billón, o algo así, se seres humanos en la Tierra. Pero el número estaba a punto de dar un salto espectacular; después de haber crecido en forma muy lenta durante milenios, la humanidad empezó a aumentar a un ritmo cada vez más rápido a partir del s. XVIII; hacia el primer tercio del s. XX había alcanzado los dos billones y pico.

Todo parece indicar el cumplimiento inexorable de la ley descubierta por Malthus en 1798, según la cual la población crece más rápido que los recursos alimenticios; un desequilibrio cuya consecuencia en su momento crítico será la hambruna mundial. Admitiendo el principio, sus objetores niegan esa consecuencia fatal, por cuanto el crecimiento de la población se encuentra compensado por los desarrollos científicos, que incrementan los recursos para satisfacer las necesidades de las masas; pero como van las cosas, no se soporta su optimismo.

En la Tierra se está agotando el agua, los suelos erosionan, los glaciales se derriten, los bosques desaparecen, las reservas de peces de desvanecen, merman las reservas de energía; la ciencia no ha logrado incrementar los recursos al mismo ritmo de crecimiento de la población, y otro de sus logros agrava el problema: gracias a sus avances hoy en día cada vez muere menos gente, y mayor cantidad de personas llega a edad reproductiva; antes, numerosas niñas no alcanzaban los 10 años; en la modernidad esas niñas se hacen mujeres y tienen un promedio de 2.1 hijos… El resultado es que cada día millones de personas se acuestan y se levantan con hambre en el planeta. Las guerras no cesan, ciertamente, y las catástrofes cada vez parecieran ser más frecuentes y devastadoras, pero no matan suficiente gente como para reducir significativamente la masa poblacional…

La población aumenta a un ritmo de aproximadamente 80 millones de almas cada año; y es gente hambrienta; la verdad es que hay razones para pensar que el destino nos está alcanzando.

Nota.- Este artículo ha sido remitido por nuestro colaborador desde Colombia.

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